Midiendo la cascada más alta del mundo

Por Jorge Manrique Grisales

Temprano, el coronel Domingo Esquiaqui, preparó lo necesario para su excursión al salto del Tequendama, ubicado a ocho leguas de Santafé de Bogotá. Seis mulas fueron cargadas con alimentos, lonas de vela de barco, instrumentos de medición, alimentos, lazos y dos canoas que el mismo militar mandó traer de Honda.

Su interés por explorar el lugar fue acogido por el virrey José de Ezpeleta y Galdeano quien lo autorizó para que midiera el salto de agua que se abre paso por una zona que se inunda en temporada de lluvias al suroccidente de la capital. El militar había encontrado en la máxima autoridad del virreinato un aliado para incluir al salto del Tequendama en el documento de la Descripción General del Reino que se estaba preparando con destino a la corte española.

Se escogió el mes de julio de 1790 para tener cielos más despejados en la expedición para la que el coronel Esquiaqui se asesoró del médico y botánico José Celestino Mutis, quien recién llegado a Santafé de Bogotá se interesó por la cascada del Tequendama para probar los instrumentos científicos que trajo consigo desde España, entre ellos, un barómetro, un astrolabio y un grafómetro.

Con las dificultades propias de la agreste geografía, Mutis encaró la tarea en 1770 partiendo de la Mesa de Juan Díaz en varias jornadas. Primero se acercó a la base del salto y allí midió la presión atmosférica con su barómetro. Posteriormente, con la ayuda de varios acompañantes trepó las escarpadas rocas circundantes de la cascada en una jornada completa hasta alcanzar el punto donde se precipitan las aguas y realizó allí una segunda medición. Al comparar los dos registros de la barra de mercurio concluyó que la cascada de agua medía 255 varas (214 metros). Sin embargo, su interés por la ciencia, lo llevó a intentar una segunda medición, valiéndose esta vez de la geometría. No obstante, la irregularidad del terreno en la base del salto, no permitió calcular uno de los lados del triángulo con el que se calcularía el lado correspondiente a la caída de agua, valiéndose de un astrolabio. Total que consignó en sus observaciones las 255 varas que le arrojó el barómetro, dejando pendiente el otro método.

Cuando el coronel Esquiaqui le informó su interés por medir la caída de agua, el director de la Expedición Botánica le compartió las notas y los dibujos que hizo de su medición y que incluyó en la Historia Natural de Nuevo Reino de América que él mismo inició en 1770. Esquiaqui le dijo que su formación de ingeniero, sumada a su experiencia en la aplicación de escalas a sus propios mapas, le ayudaría a realizar el experimento que Mutis dejó pendiente.

Cuando todo estuvo listo para el viaje, Esquiaqui dio la orden de partir. Junto con las mulas había porteadores y ayudantes, varios de ellos miembros de las tropas que tenía a su cargo en la capital del virreinato. Después de tres jornadas en las que pasaron por la población de Soacha y la gran hacienda Canoas, se abrieron paso por algunas elevaciones, semejantes a islas en la Sabana. La expedición llegó al territorio conocido como la Hacienda Tequendama, ubicada en un valle de aguas prehistóricas que finalmente tomaron el cauce del río Funza (Bogotá).

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En la mente del coronel Esquiaqui hervía a fuego lento una leyenda que incluso llegó a oídos del fundador de Santafé de Bogotá, Gonzalo Jiménez de Quesada, cuando con la cruz y la espada sometió a los muiscas. Uno de los indios que aprendió rápido el castellano le dijo al conquistador que en tiempos muy remotos la gente de la sabana vivía sin Dios ni ley, estaban desnudos y eran bastante belicosos entre ellos. De un momento a otro apareció por los lados de la cordillera de Chingaza un anciano de barba blanca, muy distinto en su color de piel a los habitantes del territorio a quien llamaron Bochica, Nenqueteba y Zuhé. Este personaje enseñó a los muiscas a cultivar la tierra y a construir viviendas, así como a realizar tejidos para cubrirse el cuerpo. Con el anciano llegó una bella mujer conocida como Chía, Yubecaiguaya y Huitaca, quien era lo contrario a su compañero. Le gustaba intrigar. En un acto de desafío a Bochica, embrujó las aguas del río Funza que se desbordaron e inundaron el valle de Bogotá provocando la muerte a muchos habitantes del altiplano. Al ver este desastre, el compañero de la mujer la expulsó lejos de la tierra, convirtiéndola en la luna que ilumina las noches. Compadecido de los lamentos de los pocos sobrevivientes, Bochica rompió el tapón de rocas que contenía las aguas y las precipitó por una cascada tan blanca como su barba, dando vida al legendario salto del Tequendama.

Al escuchar el rumor de las aguas que se despeñaban, Esquiaqui fantaseó un poco con los sucesos mitológicos, antes de detenerse y comenzar a planear la tarea de medir la altura de las aguas. Se maravilló de la nube perpetua de microgotas que se elevaba desde lo profundo de la caída y que al cruzarse a cierto ángulo con los rayos solares daba paso a un magnífico arco iris. De acuerdo con sus planes, descendería al abismo, alejándose del borde rocoso que ponía en peligro sus instrumentos de medición.

Como ya era cerca del mediodía, el militar apuntó sus impresiones del paisaje, la hora y procedió a medir la presión atmosférica y la temperatura ambiente al costado norte del cauce. Su barómetro registro 23 pulgadas y ocho líneas en la barra de mercurio. Esta tarea la venía haciendo desde su partida desde Santafé de Bogotá, cuatro días antes. A llegar cerca al fondo de la cascada, el ruido encañonado era ensordecedor. Observó las gigantescas piedras que resguardaban el lugar, cubiertas de una eterna nata verde. También observó helechos prehistóricos que extendían sus hojas hacia las gotas que vagaban sonámbulas en el aire, resistiéndose a caer. Comenzó a oscurecer y después de tomar las consabidas notas dio la orden de alejarse en busca de un sitio donde armar el campamento para pasar la noche.

El sueño de los expedicionarios estuvo acompañado todo el tiempo por el rumor del agua. A la mañana siguiente, Esquiaqui, estuvo inspeccionando el terreno en busca de una ruta que le permitiera extender las cadenas de Gunter[ii] que trajo consigo en dos de las mulas. Rocas de todos los tamaños y formas irregulares se atravesaban en su propósito por lo que al cabo de un rato desistió. Cuando llegó el medio día, estaba al pie del foso donde caía el agua. Midió nuevamente la presión atmosférica y la temperatura ambiente. La barra de mercurio registró 22 pulgadas y tres líneas. Se alejó de la cascada hasta el campamento armado el día anterior y revisó cuidadosamente sus notas y datos. Ya tenía una primera aproximación de la altura del famoso salto del Tequendama: 264,5 varas (222,18 metros), es decir, 9,5 varas más de las que hace varios años registró el científico Mutis.

Ahora, como buen científico, tenía que validar su medición con otro método por lo que retomó el propósito de medir 120 varas en línea recta desde la base de la caída de agua con las cadenas de Gunter. Logrando esta distancia, podría emplear el astrolabio para calcular el ángulo de elevación hasta lo más alto de la cascada. El resto lo haría la geometría. Tras varios intentos por un terreno irregular, creyó tener la marca de las 120 varas el línea recta. Tomó el astrolabio que trajo consigo desde España desde hacía ya más de 20 años y calibró las manecillas apuntando a la cima del salto. El ángulo de elevación comenzó a arrojar valores entre los 60 y los 65 grados, por lo que varias veces corrigió la posición del instrumento. Esto aproximaba la altura de la cascada a las 214 varas que había establecido Mutis. Sin embargo, Esquiaqui desconfiaba de lo abrupto del terreno por lo que terminó por darle más validez al método del barómetro[ii]. No obstante, había algo que aún no cuadraba en sus cálculos por lo que decidió que al día siguiente intentaría otro método para aproximarse a la altura real del salto. El resto del día lo dedicó a repasar sus notas y las de Mutis.

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Muy temprano, al día siguiente, comenzó a preparar su tercer método: La sondaleza, o cuerda de sondeo, que desde tiempos inmemoriales se usó para medir las profundidades de los cuerpos de agua o la altura de los acantilados. Era un método muy sencillo basado en una cuerda y un peso, de hierro o plomo, que permitía descender a lo profundo que se quería medir. Esquiaqui adaptó una bala de cañón ligero de tres libras a la que le hizo fundir, antes del viaje al Tequendama, una argolla para amarrar la larga cuerda de cáñamo de 400 varas (unos 335 metros) que encargó hace muchos años a España para emplearla en sus labores de agrimensura. Sobre el mediodía se ubicó nuevamente en el costado norte del cauce del río Funza y con sus ayudantes, comenzó a soltar la cuerda con el peso.

En las primeras 50 varas, no hubo mayor novedad. El peso funcionaba bien y la cuerda cumplía con su cometido. A las 100 varas, la cuerda comenzó a mecerse por acción del viento y el agua. A las 125 varas, el peso chocó con una saliente rocosa y fue necesario reubicar el sitio de referencia hasta cuando se sintió nuevamente el vacío. Llegando a las 200 varas, nuevamente el peso se aposentó en otra saliente, o ¿quizás ya había tocado fondo? No podía saberse, pues la cuerda se escondía en la espesa bruma que se levantaba de lo profundo del salto. Esquiaqui y sus ayudantes intentaron reubicar la posición de la cuerda para ver si se liberaba, pero los intentos fueron en vano, pues también el viento arreció haciendo difícil mantener la cuerda en una posición segura de medición. A esto se sumó una nube oscura que desgranó un aguacero bíblico sobre el paisaje con lo cual el coronel y sus ayudantes recogieron la cuerda y completamente mojados retornaron al campamento. De todos sus intentos, Esquiaqui, se fue inclinando más por el barómetro, pues con las cadenas de Gunter y la sondaleza, el terreno y el clima no ayudaron mucho. Así que comenzó a repasar las notas que había tomado de la obra del científico Alexandre Saverien, uno de cuyos tomos estaba en la biblioteca real de Santafé de Bogotá, y dónde aparecían las mediciones hechas a varias cascadas en el mundo: Albany (provincia de Nueva York) 63,81 varas; río Niágara (Canadá) 67,09 varas y Terni (Italia) 127,62 varas. Con júbilo concluyó que el salto del Tequendama es la cascada más alta del mundo y así se lo haría saber al mismísimo rey de España. Hoy se sabe que el Tequendama tiene una altura de 139 metros y se ubica en el puesto 598 a nivel mundial (Mantilla et al, 2016).


Notas

[i] Sistemas de medición en el siglo XVIII. Los trabajos topográficos contaban para esta época con varios instrumentos que permitían determinar longitudes. Uno de los más utilizados por agrimensores y topógrafos fue el de las cadenas de Gunter, inventadas por Edmund Gunter a comienzos del siglo XVII (Gunter, 2018) que consistía en unas cintas de metal con eslabones que tenían una longitud de 66 pies (20.12 metros). Cada cinta tenía 100 eslabones. Eran flexibles lo que permitía trabajar en terrenos medianamente irregulares. También existía la vara como unidad de medida (0.835 metros) que se usaba para medir distancias cortas.

[ii] El salto del Tequendama como objeto de estudio en el siglo XVIII. Después de los intentos de José Celestino Mutis y del coronel Domingo Esquiaqui, a su paso por la Nueva Granada el barón Alexander von Humboldt también sucumbió a la curiosidad de medir la altura del Salto del Tequendama.  Los métodos más usados de acuerdo con Mantilla et al. ( 2016) se basaban en el uso del barómetro y algunos otros instrumentos disponibles en la época como el astrolabio, el sextante y el gramófero. En el siglo XVIII, el director de la Expedición Botánica, José Celestino Mutis, realizó a mediados de 1770 la primera medición con barómetro que arrojó una altura de 255 varas (214 metros). Las otras mediciones que se hicieron fueron: Esquiaqui 264,5 varas (222metros); Humboldt 220 varas (184 metros) y Caldas 219 varas (183 metros) (Mantilla et al., 2016).

Referencias

Gunter, E. (2018). The description and use of the sector. The Croose-Staffe and other instruments; for such as are studios of mathematicall practice. Forgotten Books

Mantilla, I., Ochoa, F., & Martinez, R. (2016). Consideraciones históricas y físicas sobre la altura del salto del Tequendama con los datos de Humboldt. Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, 40(157), 580. https://doi.org/10.18257/raccefyn.392

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