Por Adolfo Osorno
Yo, la verdad, no entiendo porque querría uno vivir en un lugar repleto de subidas y de perros sueltos… Al barrio San Antonio de Cali le falta un tornillo, eso se lo puedo asegurar. Si te hablan del barrio más antiguo de una ciudad, pensarías que va a ser un barrio enroscado, donde casi nadie sale a la calle, con muchos restaurantes y oficinitas por ahí regados. Un barrio más papista que el Papa. Pero no, en San Antonio pasan muchas cosas, más de las que uno podría imaginar que pasan en un barriecito de casas con techos altos y ventanas de hierro oxidado.
Hay un viejito medio chocho que colecciona cosas cucas. Tiene una tiendita. Allí venden marranitas y empanadas. Ponen salsa para que bailen los muchachos. Venden cerveza y se habla carreta.
Dos perros cuidan el parque que sirve de recostadero para parejas que se quieren decir cosas lindas luego de un par de chuzos de pollo, unos aborrajados y unas tostadas. No falta el que le mezcle el huevo cocido extra-duro por ahí. El primer perro se llama Tony, blanco como las casas. El segundo no tiene nombre.
Si usted se sienta en un café donde todo tiene precio, seguramente está en San Antonio, en un lugar donde todo se vende, desde la tacita donde te tomás el tinto hasta el enorme cuadro que parece de Velásquez.
El bochinche trajo a nuestros oídos que hasta Cerebro, el inagotable mulato protagonista de El vuelco del cangrejo, tiene su restaurante en el barrio.
Una cantidad increíble de gringos camina por el barrio preguntando dónde queda algo generalmente. Las gringas, con sus pantalones anchos y sus tatuajes feos que no significan nada, te hablan un ratico y luego se van.
En las casas viejas parece que hubiera otro piso térmico, el aire circula mucho más. Nadie puede darse una siestecita. Alguna vez lo intenté en la casa de Maria del Mar Velasco. Me desperté al otro día. Uno duerme mucho si está tranquilo.
El barrio está cerca de todo, aquí todo comulga, aquí se representa Cali de verdad, la comunión del rico con el pobre, del hippie con el ingeniero, del viejo con el joven, del indio con el blanco y del artista con el pseudo-intelectual. Todo es un caldo de cultivo para que este barrio, a pesar de sus subidas altas y sus perros sueltos, te hagan decirle a tus amigos: Ve yo quiero vivir en San Antonio.