Por César Augusto Prieto Casadiego
Viernes decembrino, 6:30 de la tarde; redacción de Colprensa en la calle 34 en Bogotá. Mientras alisto mis efectos personales para regresar a casa, suena una de las extensiones telefónicas. El interlocutor, en un mensaje corto y marcial se identifica y señala:
“Mañana, 5:30 a.m. en la entrada de la Brigada 13; llegue puntual y lleve ropa oscura. No se puede ir con reportero gráfico… click.” Bueno, ya con esa cita, acudo con el editor general quien me mira con cierta duda y otorga su ok.
Pido una cámara fotográfica y película para cumplir con la ya de por sí, misteriosa misión. Una Canon AE-1 con lente de 50 mm y varios rollos blanco y negro… Chao, abordo el transporte rumbo al sector del segundo puente (norte de la ciudad) y le comentó a mi familia la necesidad de madrugar, tomar un taxi y cumplir con la hora estipulada.
Ese año, 1990, fue para Colombia, uno o siendo más preciso, otro, de los más violentos en su historia… En plena guerra del Estado contra los capos de la droga, terrorismo, masacres, bombas que al peor estilo de comandos palestinos y los temidos ETA, Brigadas Rojas o IRA en los años 70; pero acá, bien gracias, no respetaron ni el Día de la Madre.
Al tiempo, se jugaba la final del fútbol profesional, con la efervescencia todavía presente por la actuación nacional en Italia 90, y los equipos de los narcos, dando codo por la estrella de ese año, a la postre ganada por un América con medio Santa Fe en nómina, entre ellos el ya desaparecido pero entonces héroe suramericano, Fredy Rincón, entre otros.
Sábado 6 a.m. A la entrada de la Brigada, en la calle 106 unos pocos reporteros, todavía somnolientos unos y enguayabados otros, esperan ingresar para saber de qué se trata, aunque se intuye una salida de medios a registrar algún éxito de las Fuerzas Armadas en su conflicto de baja pero real intensidad, o quien sabe, de pronto una “presa” más sustanciosa.
Un suboficial invita a llenar un formulario con datos básicos y un release o una exención de responsabilidad por parte del Ejército, es decir, vamos pero bajo su propia responsabilidad, documento tal vez motivado por lo peligrosa de la misión o por el reciente secuestro de periodistas que cayeron en una trampa del Cartel de Medellín y terminó muy mal un mes después, con la dolorosa muerte de varios rehenes, entre ellos Diana Turbay.
Rubrica, suba a un camión carpado y camine para Catam fue lo único que dijeron… Ya en el terminal aéreo, anexo a Eldorado, pues usa las mismas pistas civiles, entonces no es como tal un aeropuerto militar, algunos se atrevieron a dar conjeturas sobre el destino del cubrimiento, pero ya tipo 9 de la mañana, con la ansiedad de no saber nada y el hambre del desayuno ausente, un grupo de unos 15 comunicadores de radio, prensa y televisión de medios capitalinos, abordamos un Aviocar Casa C-212 de la aviación militar, que tras 45 minutos de vuelo aterrizó en la pista de tierra, en el municipio llanero de Granada.
El cubrimiento más valioso para las redacciones judiciales, en esos momentos, era la Operación Colombia, primer gran movimiento militar en contra del Secretariado de las Farc luego de los recordados ataques aéreos a Marquetalia en 1964, y quienes después de décadas tenían asiento en las profundas montañas de La Uribe, en una zona donde reinaban los guerrilleros; pocas semanas atrás había fallecido, por causas naturales, el legendario Jacobo Arenas.
La mayoría se fueron en “patota” precisamente hasta Granada, donde un retén militar no dejaba pasar a la zona de los combates, y los colegas pasaban la jornada tratando de conseguir declaraciones oficiales y registrando la permanente actividad de tropas y helicópteros, de lo que se deducía la magnitud de la operación, sazonada con el éxodo de campesinos, tiendas poco abastecidas y el lejano retumbar de explosiones y fuego de fusilería, monte adentro.
Colprensa, escuela de periodistas
En este relato en primera persona se pasa de ser testigo a protagonista, o ambos sujetos de la información. Entonces, era practicante y becado de la Agencia y tenía mis primeras experiencias redactando noticias y cubriendo orden público para los periódicos regionales más importantes del país.
Ya había pasado por las manos de Mercedes Ochoa en el taller de redacción de noticia en las nuevas aulas de la Universidad de La Sabana en Chía, en donde a veces era mejor entrar con botas pantaneras, por lo rural y campestre de esa sede. Mi práctica era en vacaciones y luego de pasar varias veces por el “servicio militar obligatorio” del centro de documentación, me dieron la “palomita” en judiciales, ahí en esa sede del barrio La Merced, a pocas cuadras del parque Nacional.
Así terminé contestando el teléfono en la tarde-noche de ese viernes, cuando ya se acercaba la temporada de novenas y ya estaban instalados debidamente, pesebre y árbol navideño en el apartamento paterno, y el país fiestero que somos todos los colombianos, queríamos pensar más en la cena de nochebuena o la pólvora de año nuevo, que en el conflicto cada vez más intensificado por el gobierno de César Gaviria, instalado pocos meses antes en el Palacio de Nariño.
Pero pasar de recibir y mandar al servicio informativo un escueto boletín de orden público que enviaba vía fax el Ejército Nacional con el invariable “en operaciones de registro y control…” o cubrir notas menores en Bogotá estilo “vaya a Paloquemao a ver que hay…” (complejo judicial) o informaciones de policía, a un evento de gran magnitud, como enviado especial, fue claro, un debut fuego para un joven estudiante de periodismo, cercano a cumplir 20 años de edad.
Y mientras los compañeros de Agencia, comisionados directamente a reportar la que se conoció también como la toma a Casa Verde, morían de tedio en medio del calor pueblerino y el sonido monótono de las bolas de billar, o el sobrevuelo de aeronaves, el destino me llevó a abordar ese vuelo, entre emocionado y pensativo, sin saber el infierno que se vendría después.
En realidad fue enseguida porque, descienda del avión y suba corriendo a un helicóptero artillado con rotores a full y en medio de ese polvero aborde y pregunte a la tripulación, – venga hermano, para dónde vamos ? -; a lo cual se mantenía un espeso silencio, mientras el aparato raudo entre el cañón de río, selva arriba.
Ya la intuición nos dejó ver que era Casa Verde el destino, lo cual fue ratificado por el fuego de la ametralladora del Iraqouis, y tras tensos minutos de vuelo, salte al vacío y rápido (una caída de unos 5 metros sobre la vegetación) porque nos están hostigando … No había nada que pensar, era brincar del aparato vacilante y corra detrás de esa piedra desde donde varios soldados protegían al helicóptero con fuego de Galil mientras descargaba a parte del grupo de ya aterrados comunicadores.
La verdad yo no… Era mi sueño sentirme en un combate real, así como los de las películas de Vietnam estilo “Full Metal Jack” o “Born to Kill” y obvio atiné a obturar la Canon y empezar a visualizar ese cubrimiento, que pasó de un parte de victoria de las Fuerzas Armadas, tras 8 días de inciertos combates, a una emboscada en la que quedamos el grupo de periodistas y dos generales del Ejército, quienes acompañaban a la comitiva llegada a ciegas desde la Capital.
“Hueco Frío”, vaya nombre para una reportería
El primer punto de desembarco fue precisamente el mediático, Casa Verde, un campamento guerrillero en medio de la selva tropical de montaña, y en el filo de montañas gigantes, en el cañón del río Duda, famoso por recibir a personajes locales e internacionales en busca de acuerdos…
Ahí nos recibieron con ráfagas de armas antiaéreas, mientras los soldados que ya habían tomado parcialmente el control de ese filo, gritaban en medio de las aspas de las aeronaves, “rápido, rápido lanza no se quede ahí…”, mientras apuntaban con su fusil a un enemigo invisible.
Lo primero evidente eran cráteres de bombas de 250 y 500 libras lanzadas previamente por aviones de combate de la FAC (Kfir – A-37) y al otro lado de un pequeño montículo, una especie de panteón en donde reposaban los restos de Jacobo Arenas, quien murió de viejo en medio de la humedad de esa jungla.
De ahí salimos sin protocolo y a paso ligero por senderos y trochas selva adentro, pasando por el lado de cadáveres de guerrilleros, laboratorios para el procesamiento de coca y alguna infraestructura levantada en madera, según explicaba un oficial a cargo, quien nos repartió en grupos de cinco periodistas y una pequeña escolta armada, para visitar los terrenos recién conquistados a sangre y fuego.
El objetivo era llegar al último de los campamentos recuperados, éstos sí donde se asentaban cabecillas guerrilleros, y regresar antes del mediodía, pues la zona estaba “caliente” y el sonido del combate se acercaba cada vez más… Pero no, realmente la llegada de la prensa de Bogotá y dos generales encargados de la operación, Correa Castañeda y Adrada Córdoba, provenientes de la Brigada de Villavicencio, puso en alerta a la guerrilla que se movía con pericia y conocimiento, aprovechando incluso túneles y trincheras cavadas en espera de una arremetida oficial.
El gobierno nacional, consciente de la importancia de la Operación, y en espera de conseguir un golpe de opinión, se jugó la carta de llevar y extraer a salvo al grupo de medios para que informara con detalle al país de una noticia que muchos esperaban y era mano dura contra una guerrilla alejada de los procesos de paz y fortalecida en años 80 por su participación activa en el narcotráfico, especialmente de cocaína.
Nosotros, navegando por instrumentos hasta último momento, fuimos enterados del cubrimiento en el mismo helicóptero cuando al fin se develó el misterio y a secas tronó una voz marcial: “prepárense, vamos a Casa Verde…”
Así, entre asustados, emocionados por el calibre de la noticia, seguimos paso a paso las indicaciones de los uniformados y ahora sí, entendí el hermetismo previo y la sugerencia de “ropa oscura” pues entramos en territorio mítico y enemigo; ya en esos momentos no éramos prensa independiente, sino un jugoso botín de guerra.
Me correspondió un grupo integrado por medios mixtos y recuerdo, tras más de 30 años, a los compañeros de El Tiempo Édgar Téllez, Caracol Radio Manuel Monsalve y RCN Radio Carlos Perdomo y con nosotros, en la avanzada, un coronel como líder… Hasta ese momento la situación era inquietante pero no de peligro inminente, hasta que explosiones seguidas y un fuerte intercambio de disparos a nuestras espaldas nos alertó.
Ahí, el oficial a cargo, el entonces coronel Mario Montoya, el mismo reconocido por ser tropero y cuestionado por falsos positivos, nos reunió y escuetamente afirmó: están emboscando al grupo de mi General (ellos venían con otros medios y preciso los de televisión estaban más atrás y no captaron sino una improvisada rueda de prensa tras el hostigamiento) y tengo que ir a apoyarlos. Ustedes me esperan acá y por ahí mañana los podemos sacar o regresamos todos a ver que sucede… Nítido en mi mente, el formulario firmado esa mañana.
En un breve consejo de redacción en pleno Hueco Frío, acordamos acompañar a Montoya quien ya desenfundó su arma personal, una pistola plateada 9 milímetros pues una noche ahí ya era impensable. A trote corto regresamos a uno de los campamentos que habíamos visitado brevemente, en donde existían comodidades de la vida citadina, cabañas en madera con ventanales en vidrio y adentro, equipamiento de hogar estrato 3, efectos personales, álbumes de fotos, mejor dicho, teatro, enfermería y más cráteres y munición ya usada, en otras palabras, la guarida de Timochenko.
Tras rebasar ese punto, el momento crítico fue el paso de una pequeña quebrada, conectada por un puente de madera; recuerdo con techo de zinc seguramente por lo lluvioso de la zona, el cual, necesariamente debía superarse para entrar a una zona menos peligrosa y donde nos esperaban tropas de respaldo.
Comandos que llevaban más de ocho días de combate, sin noción de cual día de la semana era y a todas luces agotados, pero que con gallardía estuvieron paso a paso junto al grupo de reporteros… Recostados contra un barranco, recibíamos de arriba ataque de armas largas y explosivos.
Valga recordar a los uniformados de la recién creada Brigada Móvil 1 y con sobrados méritos el batallón de contraguerrillas Los Panches, además de orgánicos de la VII Brigada y obviamente los tripulantes de las aeronaves de la Fuerza Aérea… Con uno de ellos, tras salir de la emboscada, dialogamos un rato sobre detalles de la Operación y ah, recuerdo un bocadillo veleño guardado por mi mamá esa madrugada en el bolsillo de un maletín, con logo del Mundial Italia 90, en el cual cargue cámara, grabadora de periodista, rollos, pilas y poco de comer, nada de tomar… Para nosotros, una odisea y tema de charla durante mucho tiempo… Para ellos, otro día más en su arriesgada función.
El colega de Caracol, en medio de la emboscada perdió un valioso casete, el mecanismo de entonces para complementar sus informes y voces, y tendidos boca a bajo en medio de la balacera, me pide prestado el mío… En realidad no era vital para mi trabajo, pues con las fotos y todo lo que llevaba en la cabeza y unos pocos apuntes, fue suficiente para publicar un extenso material impreso, una verdadera primicia.
A mi lado, un soldado armado de un machete, seguramente miembro del B-5 de la Brigada de Villavicencio, los colegas ya mencionados y junto a ellos una decisión de vida o muerte, literal: uno a uno, circulen corriendo, lo más rápido que puedan y lleguen al otro lado del puente… Pase lo que pase, no miren atrás y tranquilos… desde acá los cubrimos.
Uff, ya la emoción era susto y nudo en la garganta… Adrenalina seguramente y encomendados a todos los tronos y dominaciones, pegue el pique mientras sonaban las armas de lado y lado. Al final, coronamos todos sin novedad, y en una ligera caminata nos reencontramos con los demás periodistas sobre las 4 de la tarde, para que los generales dieran su parte de guerra, en medio de cámaras y micrófonos.
Luego, salida en vuelo rasante hasta Granada donde sobre el atardecer recibimos la primera comida de la jornada, unas salchichas enlatadas, galletas de sal y gaseosa y la burla cariñosa de los soldados, con un “bienvenidos, lanzas, ya quedaron purgados?”
Vuelo de regreso a Bogotá, un colega me acerca desde Catam hasta la carrera 7 con calle 34, donde tipo 8 pasadas, sucio, sudado, con golpes en rodillas y codos, y aún impactado, llego a la Agencia en donde celebraban con generosas dosis de etílico, el rezo de la novena.
Busco al editor quien me escucha sorprendido, pide moderar el volumen de la música mientras recibo la orden perentoria de redactar la primera de varias notas… Al personal de laboratorio, comenzar el revelado del material gráfico y ya al límite de mis fuerzas, agotado física y emocionalmente, llego a mi hogar sobre la medianoche, donde mi familia me recibe como recién liberado, pues ellos estuvieron ajenos a todo, y realmente se preocuparon después de ver los primeros informes en los noticieros de las 8 de la noche.
Durante varios días, los periódicos abrieron generosos sus portadas en las cuales revisé con deleite mi respectivo y lustroso crédito, siendo así mi debut en las “grandes ligas”, con titulares y despliegue en medios tan importantes como El Colombiano, El País de Cali, Vanguardia, El Heraldo y todos los importantes de provincia; respeto y admiración en la Agencia en donde seguí como practicante pero ya graduado de corresponsal de guerra hasta julio del año 91 cuando cerré el ciclo en esa excelente escuela de periodistas, y con orgullo lo afirmo “de la vieja escuela”.
La Uribe y un periodista, 30 años después
A más de 30 años de la toma, las versiones siguen siendo contradictorias, especialmente en cuanto al número de bajas en ambos bandos, pues se afirma que la guerrilla perdió a más de 50 efectivos, las Fuerzas Militares declararon 19 muertos en el área más siete producto de la caída de un helicóptero averiado cuando regresaba a la base de Melgar, además de una cifra mayor de heridos.
A ciencia cierta, la Operación continuó ese fin de año, las Farc perdieron esa república independiente y se internaron más adentro del Sumapaz y el corredor estratégico hacia el Huila y Caquetá, se vieron nuevas facetas del conflicto como la efectividad de llevar tropas por aire, y en resumen, el conflicto se intensificó pues la guerrilla extendió su acción y con el paso de los años, y tras varios cruentos ataques a poblaciones y bases militares, empezando por el de Los Girasoles en enero de 1991, hasta llegar a la era de las pescas milagrosas, secuestros masivos y el fallido proceso de paz, ocho años más adelante, con el gobierno Pastrana.
La prensa tuvo una lección de cómo cubrir o mejor, que no hacer en caso de quedar en medio de un fuego cruzado, ejemplos que luego llegaron de otras zonas de guerra como Bosnia, Mogadiscio, Irak aunque ya la campana de las hostilidades registradas en campo por medios de comunicación, en Nicaragua y Vietnam, para citar algunas, eran conocidas o recreadas a través del séptimo arte.
De la toma a Casa Verde y otros lugares estratégicos como La Caucha y el Embo (escuela de formación guerrillera) y sectores vedados a la institucionalidad como La Uribe, Mesetas y otros, quedó esa epopeya para los bandos en hostilidades, tal vez, como el enfrentamiento a mayor escala presentado en décadas de conflicto en Colombia, conocida mundialmente por su guerra civil inagotable pero de “baja intensidad”.
Los periodistas terminamos egresados en ese taller intensivo de 12 horas lo que dio pie, entre otras cosas, a que siguiera la convocatoria de comunicadores sociales para oficiales de la reserva y un nuevo curso, esta vez sí declarado como tal, organizado por las Fuerzas Militares, uno al que no fui invitado cuando golpearon las puertas de la Universidad de La Sabana en busca de candidatos y claro, designaron a otros compañeros.
Los mejores recortes de ese cubrimiento quedaron en una hoja de vida que entregué a varios medios, cuando buscaba pasantías obligatorias (no fueron en Colprensa), algunos fueron promovidos de reporteros a jefe de prensa de la Policía Nacional como el colega de RCN Carlos Perdomo, otros recordarán no ir en camisa rojo encendido o enguayabados a un cubrimiento de orden público y en lo particular, “evolucioné” de lo judicial a tomarle cariño a los temas internacionales para finalmente encaminarme por el periodismo deportivo… Gajes del oficio.
Así, tal vez el uso de un chaleco antibalas, casco y otros elementos de protección así como visibles avisos de “prensa”, más allá de una bandera blanca, aparte del valor de meterse a la boca del lobo sin tener un testamento notariado (ojo, se recomienda ser soltero o no tener hijos), serían el inicio de una generación de periodistas formados para el conflicto que todavía no conozco, a pesar que la guerra sigue presente en nuestro territorio, e igual, ir con uno o con otro implica perder la neutralidad o peor aún, la vida, como sucedió durante el secuestro de los diputados del Valle del Cauca en el año 2002 o el susto de un reportero francés en el Caquetá.
Igual, ese grupo de corresponsales de guerra, graduados a la brava, llevamos tal experiencia a charlas y reuniones de amigos y colegas en las cuales relatamos una y otra vez los detalles de ese sábado decembrino… Algunos todavía nos recuerdan como héroes anónimos de La Uribe; claro, porque los periodistas de cuando en vez podemos ser protagonistas, y ese desgastado término no es exclusividad de militares o médicos en pandemia, y aunque no tenemos galones o distinciones, ni uniforme, portamos una insignia de coraje y valentía marcada en lo más hondo de nuestra vocación de comunicar.
Los raspones y golpes en codos y rodillas, estigmas de esas horas en Hueco Frío, en donde por primera y tal vez única vez he percibido la inminencia de la muerte, sanaron con los villancicos navideños y un vino Sansón… Aun sobrevive un casete Sony azul, el mismo que usamos con el amigo Monsalve de Caracol y en el cual se registran disparos, explosiones, declaraciones y rezos, además de unos recortes amarillentos que se revisan cada trasteo, vestigios de una jornada cuando el destino nos lleva afirmar que, sí, casi llegamos a ser mártires por ir detrás de la noticia.
César Augusto Prieto Casadiego, un relato magistral que transporta al lector a esos momentos tan angustiantes y que hacen visible la guerra que aún se libra en Colombia. Y con más valor aún, pues no habías llegado a cumplir siquiera 20 años. Felicitaciones