Por: Katherine Martínez Rivera
Muy pocas personas pagarían por pasar por algún lugar y menos si lo que se ve a simple vista es una casa como cualquiera otra. Sin embargo, en el barrio Paso del Comercio, existe una vivienda en la que el paso por sus corredores cuesta $100.
No es museo, ni un bar, ni un hotel. Es la casa de Pastora Salamanca, una mujer que decidió convertir su casa en una especie de puente que comunica los barrios Floralia y la mitad del Paso del Comercio con la otra mitad de este barrio y los Alcázares.
Todo surgió como una necesidad de los estudiantes del Colegio Señor de los Milagros, que como muchas otras personas, tenían que caminar diariamente de un barrio al otro, y que en recorrido normal se demoraban un promedio de 15 minutos.
Por entre dos casas
El sol, la lluvia y la seguridad fueron algunos de los factores que hace aproximadamente diez años, motivaron a Pastora a unir su casa con la colindante en la parte trasera para crear un túnel de unos 50 metros que atraviesa las dos viviendas y que acortan el recorrido de 15 a un minuto.
Es aquí en donde las matemáticas salen a relucir, y en donde pagar por pasar por un lugar resulta no ser tan injusto, porque si $100 pueden ahorrar una caminata de 15 minutos, además de evitar el sol, o de no mojarse, definitivamente valen la pena. Por eso es que de lunes a viernes más de 500 personas atraviesan estas casas, tantas veces al día como lo necesiten.
El colegio Señor de los Milagros paga mensualmente por todos sus estudiantes, quienes son los mayores beneficiarios de este corredor que les permite transitar entre sus hogares y el plantel educativo de una forma más rápida y segura.
Dos treinta de la tarde, en medio de un sol infernal de esos que sólo el clima extraño de Cali nos regala, un paseo entre dos barrios de la ciudad, Floralia y San Luís, puede resultar eterno. Con cada paso se siente como el sol quema, como las gotas de sudor caen y como los ojos ya no resisten más la luz.
Miras las calles, todas iguales, las casas, y ves tu destino demasiado lejos. Sin embargo, te dicen que existe un atajo, un camino corto para no tener que bordear una línea entera de casas, un recorrido de aproximadamente 15 minutos que en medio del sol es como media hora. Se supone que debes encontrar la casa indicada, esa por la que puedes pasar entre los dos barrios, pero no la ves, pero la persona con la que vas, que está totalmente habituada a este recorrido te la muestra, abre la reja y entra como si fuera su propia vivienda. Tú la sigues, cruzas la puerta y ¡oh sorpresa!, no es como entrar a tu hogar, no hay sala, no hay comedor, no hay nada más que una pared, dos paredes de ladrillo, de esas que no te gustan porque están plagadas de lagartijas, que encierran un pasillo. Le tomas el brazo a tu acompañante como una niña pequeña, te aferras a él y pones toda la distancia posible entre las paredes y tú.
La travesía y las lagartijas
Comienzas el recorrido y cada metro se convierte en un kilómetro Apenas das el primer paso sientes todo más oscuro, te viene a la cabeza si así mismo debieron sentir los navegantes la primera vez que cruzaron el Canal de Panamá, y comienzas a comparar:
A tu cabeza regresan las detestables lagartijas, pero entonces recuerdas que en el mar no hay de éstas, que a lo mejor los navegantes le huyen a tiburones o alguna bestia marina y no a un simple y pequeño reptil, así y todo piensas que preferirías estar en el mar.
Ahora se te viene a la cabeza el pasillo, que tú ves largo y oscuro, rodeado de paredes de ladrillo, el punto es que en el mar no hay muros, tal vez olas gigantes, pero no muros.
Por fin encuentras un punto a favor: como es una casa, el sol se tapa, en un barco estarías en las mismas que antes de entrar al lugar, sofocada. Otra cosa interesante, en el interior de la vivienda se siente fresco, seguro por las paredes de ladrillo.
Sigues avanzando, parece que nunca se acabará el recorrido, y ocurre, la ves, ves al animal que querías evitar a todo costa. Intentas correr pero es imposible, hay gente adelante y atrás, así que ni modo, toca seguir, aprietas aun más el brazo de tu acompañante, como si lo fueras a reventar, pasas por el lado del bicho y ves la luz, pero no, aun no se ha acabado el recorrido, sólo la primera parte.
Sentir el aire y alejarte de la lagartija te hacen pensar que has llegado a Panamá, pero no, no es arena la que está debajo de tus pies, es cemento, y no son palmeras las que ves, sino materas, has llegado al patio de la casa del túnel, pero para ti es como un oasis a la mitad del desierto.
Continuas el recorrido y dejas el patio, estás preparado para otro pasillo oscuro y con lagartijas, pero no, al fin ves una casa, o mejor aún su interior. Es tan normal como la tuya, tiene una sala, comedor, un televisor, unos cuartos, cortinas, todo normal, tanto que si entraras por el lado opuesto, jamás pensarías que unos metros más allá hay un horrible pasillo de lagartijas.
Avanzas por la sala sorprendido, como si esperaras encontrar alguna otra cosa, ves que hay alguien sentado frente al televisor, lo que indica que si, la casa está habitada. Te vuelves a sorprender, y lo haces aun más cuando ves a tu acompañante meter la mano en su bolso para sacar dos monedas de 100 que le entrega a la joven que está sentada.
Con un hasta luego, salen de la casa y entonces piensas otra vez en el Canal de Panamá, a tu cabeza regresa el mar, los barcos, la gente que lo atraviesa día a día y entonces al fin encuentras el parecido entre éste y la casa del túnel: ambos cortan distancias, facilitan la vida de las personas, porque en medio de pasillos oscuros y lagartijas se gana tiempo, que para las personas que diariamente tienen que hacer este mismo recorrido, es importante. Y es que cuando sales y miras tu reloj, te das cuenta que no fueron kilómetros, sino unos 50 metros, y que no fueron horas, fue sólo un minuto el que tardaste en atravesar el túnel.
Si lo piensas mejor, vale la pena, menos sol, menos tiempo, eso sí, apuntas mentalmente que si quieres cruzar no puedes olvidar los $100. NO es caro ¿verdad?