Cuando los hombres descubrieron la importancia de la lista de mercado

Por Jorge Manrique Grisales
Cortesía CBN

Antes de la cuarentena vino el corre corre. En los supermercados la gente llenaba los carritos de papel higiénico, alcohol, gel y jabón antibaterial… Se venía el apocalipsis y era duro imaginarse un mundo sin papel higiénico.

Pasados unos días, las tiendas comenzaron a verse con los estantes desocupados donde antes había grano, arroz de la marca preferida, carnes frías, huevos y, de nuevo, nada de papel higiénico, alcohol o gel antibacterial.

Después llegó la moda de pedir a domicilio. En el catálogo en línea seguían faltando unas cosas, pero bueno, había algo de frutas, verduras y carnes… Lo que no había era papel higiénico, alcohol o gel antibaterial.

La relación costo-calidad-cantidad no terminaba de convencer y fue así como decidimos crear nuestro propio grupo de caza-víveres… Pico y cédula y la suerte estaba echada, los lunes a mi hijo Camilo y los miércoles a mí, cuando fuera estrictamente necesario. Mi esposa decía qué faltaba y comenzó a hacer una lista imaginándose cantidades, marcas y hasta lo que podía estar en promoción en tiempos de pandemia.

La primera vez que me tocó ir me demoré casi dos horas voltiando en el supermercado para conseguir ese té «que viene en una cajita verde cuadradita» o esa harina de avena integral. A Camilo no le iba mejor. Le tomaba fotos a los productos y las enviaba por Whatsaap para que la mamá los aprobara. Lo bueno era que siempre traía algo que no estaba en la lista: helado.

Foto Jorge Manrique Grisales


La lista se volvió algo importante y hasta nuestra felicidad en tiempos difíciles entró en juego. Cada producto que se apuntaba allí tenía importancia… Seguíamos esperando el alcohol y el gel porque de la nada llegó el papel higiénico y la gente hasta lo miraba con desdén en los supermercados porque ya no era la joya de la corona.

Con el paso de las semanas el ritual de hacer la lista de víveres se volvió algo que se aguardaba con expectativa cuando la nevera se iba viendo desocupada o los zancudos picaban y no había con qué mantenerlos a raya. De ello dependía la variedad o no de menús, aunque la consigna siempre fue no comprar más de lo necesario, pues tuvimos que asistir a la muerte de dos papas y un pimentón que se pudrieron.

Las últimas incursiones al supermercado, lista en mano, fueron mejores. Ya sabíamos dónde estaban esas cosas que no conseguíamos al comienzo. Sabíamos la diferencia entre lo que era integral y lo que no, que los bananos había que traerlos entre verdes y pintones para que no se maduraran todos a la vez, que había que coger las arepas del fondo porque tenían fecha de vencimiento a más largo plazo, y lo mejor de todo era que nos ubicábamos espacialmente entre las frutas, los granos, los útiles de aseo y la cosas de nevera, así nos desubicara la llamada de última hora para que echáramos cepillos de dientes porque ya era hora de cambiarlos.

No sé en qué momento comprendimos los hombres que eso de mercar era cosa seria. Y pensar que antes de la cuarentena no entendíamos porque la esposa se demoraba mercando, sin tener siquiera una lista en la mano. Ellas saben navegar como por instrumentos en ese planeta inexplorado para nosotros.