Por Jorge Manrique Grisales
Eran casi las 12 del día cuando Víctor Hernán Cubillos Quintero puso su mano sobre un bloque de concreto enterrado entre la maleza que lleva creciendo allí 37 años. Su rostro, sudoroso por el calor que caía implacable ese día sobre las ruinas de Armero, se transformó cuando el encargado del Centro de Visitantes de la localidad, Hernán Darío Nova, le preguntó si reconocía ese fragmento de lo que quizás fue la terraza de Residencias la Popular, un edificio de dos pisos que una bestia en forma de avalancha se tragó la noche del 13 de noviembre de 1985.
Hubo unos segundos de indecisión. El escenario cuadraba. Hace 37 años este geólogo, que en 2022 cumplió 57 años de vida, había llegado junto con otros cuatro compañeros de la Universidad de Caldas hasta el barrio Morro Liso de la desaparecida Armero sobre un fragmento de la terraza del hotel a donde habían llegado unas horas antes. La avalancha que se desgajó desde las cumbres del volcán Nevado de Ruíz arrastró esta especie de balsa de concreto unas ocho cuadras hasta cuando quedó varada entre dos árboles. Suena extraño que algo tan pesado como un pedazo de plancha de concreto pueda flotar. “El lahar era espeso y muchas cosas viajaban sobre ese lodo que arrastró piedras, casas, carros, ganado y, claro, seres humanos”, nos había explicado el geólogo.
Con la mano aún sobre el pedazo de concreto, Cubillos levantó la mirada hacia una casa de paredes que algún día fueron blancas que se encontraba al frente, como a unos diez o doce metros. La fachada dejaba ver algunos rombos verdes que un día alegraron esa casa. Su mente se transportó a la noche de la tragedia. Él y sus compañeros quedaron varados en medio del lodo. Era una noche oscura y sabían que estaban vivos porque sentían en la piel el miedo mezclado con el trepidar de las cosas que seguían siendo devoradas por la bestia. De repente, cerca de la media noche, la luz de una linterna rompió las tinieblas. Era el señor Baracaldo, un hombre que vendía pescado en Armero, quien junto con su esposa y sus hijos vivía en la casa de rombos verdes. “Comenzamos a gritar pidiendo ayuda y él nos dijo que no sabía qué tan profundo estaba el lodo por lo que no podía hacer mucho. Fue entonces cuando mi compañero Helman se arriesgó y cruzó el pantano parado sobre los escombros que sobresalían. No se hundió y eso nos animó a hacer lo mismo… Llegamos a esa callecita que tenía un andén alto”, recordó sin dejar de tocar el fragmento de concreto.
Hernán Darío le volvió a preguntar: “… Pero ¿Crees que este fue el pedazo de la terraza del hotel que te trajo hasta aquí?” Cubillos volvió a examinar el fragmento que brotaba del suelo lleno de musgo. Recordó que este viaje de 2022 a lo profundo de sus recuerdos lo planeó meses antes desde Canadá, país donde vive desde hace 20 años con su esposa Clara Inés Castaño y su hijo Nicolás de 18 años. Desde hacía cuatro años se había contactado con el artista Hernán Darío Nova y su hermano José por Whatsapp, Zoom y Skype. Les había enviado ejemplares de su libro No íbamos para Armero, publicado en 2015 con motivo de los 30 años de la tragedia de la que él es sobreviviente, y prepararon minuciosamente el proyecto de reconstruir la ruta que lo había llevado desde Residencias La Popular a la pequeña calle donde una casa de paredes blancas y rombos verdes se resiste a ser devorada por la manigua que cubre a lo que un día fue la ciudad más pujante del norte del departamento de Tolima y que hoy está siendo saqueada por indolentes que han puesto cercas para que el ganado paste y volquetas, sin ningún control de las autoridades, saquen escombros y barro para rellenar quién sabe qué.
No iban para Armero
La historia de Víctor Hernán Cubillos Quintero en Armero comenzó la mañana del 13 de noviembre de 1985, a las 8 de la mañana en la Facultad de Geología de la Universidad de Caldas. A esa hora estaba programada una salida de campo de la materia de Paleontología, a cargo del profesor Jorge Dorado Galindo. La ruta estaba marcada en un aviso en la cartelera de la facultad donde se anunciaba el destino Payandé-Piedras, en el departamento de Tolima. Un total de 31 personas abordaron una buseta de la Universidad: 28 estudiantes de cuarto semestre de Geología, un monitor de sexto, el docente y el conductor.
El viaje comenzó a las 10 de la mañana y por decisión del profesor Dorado la buseta de la Universidad de Caldas se desvió de su ruta original para observar fósiles cerca a la población de Falan, Tolima. Los estudiantes de Geología notaron como paulatinamente se fue incrementando la caída de cenizas procedentes del Volcán Nevado del Ruiz. Cuando retomaron la ruta rumbo a Ibagué, se desgranó un fuerte aguacero que hizo que el conductor del vehículo, Evelio García, propusiera que pernoctaran esa noche en Armero a donde llegaron pasadas las siete de la noche.
Cubillos Quintero y sus compañeros recorrieron algunas calles del centro de Armero cuando amainó un poco la lluvia. A las 10:30, su compañera Zulma Cristina Fúquenes Arango dio la voz de alerta cuando el agua comenzó a inundar el pueblo. “Los de Geología, alístense que nos vamos… Saquen sus cosas”, gritaba recorriendo los pasillos de las Residencias La Popular. Desesperada tocó a la puerta del profesor Jorge Dorado, quien ya estaba durmiendo y extrañado le preguntó qué pasaba. “¡El río se creció!”, gritó ella.
Noche de velitas en Armero Guayabal
La noche de las velitas del 2022, Cubillos Quintero y su familia compartieron natilla con algunos sobrevivientes en un parquecito del Barrio Suizo de Armero-Guayabal. Conoció la historia de la presidenta de la Junta de Acción Comunal del sector que le contó cómo le robaron su niño, a pesar de las súplicas que le hizo a las autoridades para que se lo devolvieran. Ese menor hace parte de la oscura noche en la que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar sumió a centenares de familias que siguen buscando a sus pequeños como lo ha denunciado, Francisco González, director de la Fundación Armando Armero, entidad que ha logrado documentar los casos de 514 niños perdidos y 53 adoptados.
Allí también estaban Hernán Darío Nova y su hermano José Nova, quienes dieron algunas pistas del exigente trabajo de la búsqueda de la ruta que llevó a Cubillos y sus compañeros desde Residencias La Popular hasta la casa de los Baracaldo, en Morro Liso. Esa noche, el geólogo conoció también a César Parra y Juan Pablo Jaramillo, dos muchachos del pueblo que durante una semana abrieron trocha a punta de machete en tierra de nadie para dar con la ruta que siguieron los estudiantes de Geología.
“Aquí estaba Residencias La Popular”
Al día siguiente de las velitas, 8 de diciembre, la jornada comenzó temprano. Los expedicionarios calzaron botas pantaneras en el Centro de Visitantes de Armero y cruzaron la carretera central con rumbo a las ruinas del Hospital San Lorenzo que se resiste a desaparecer al borde del camino, enterrado hasta lo que fue su segundo piso. Metros más adelante, en dirección al municipio de Lérida, Nova señaló el lote que había ocupado Residencias La Popular. La memoria de Cubillos Quintero retrocedió en el tiempo y casi que midiendo los pasos reconstruyó imaginariamente con sus manos los espacios, los colores verde y blanco de la fachada y el nombre escrito en mayúsculas de un rojo encendido: RESIDENCIAS LA POPULAR. “Aquí estaba la entrada. La buseta cuadró a la vuelta… Por aquí estaba la recepción y enseguida unas escaleras que llevaban al segundo piso. A mí y a José Fernando nos dieron la primera habitación, justo después de subir al segundo piso…”, indicó. A medida que caminaba, ubicó los corredores similares en el primer y segundo piso, así como el gran patio central recubierto de baldosas. A su mente regresó la algarabía por la caída de cenizas y arena que concentró la atención de muchos en el patio central. Algunos de sus compañeros buscaron afanosamente periódicos para recoger ese material grueso expulsado por la erupción que acaba de acontecer en el cráter Arenas del Volcán Nevado del Ruiz.
Hubo una pausa. Parado en ese baldío donde creció un árbol gigantesco que prodigaba un poco de sombra, Cubillos Quintero caminó unos pasos y se ubicó como si estuviera viendo el patio del hotel esa noche del 13 de noviembre. Recordó el trepidante ruido de la bestia que arrastraba todo a su paso y la extraña luz, que aún no se explica, lo guio hasta las escaleras que daban a la terraza de la edificación que terminaban en una reja metálica cerrada con candado. Tomó aire y volvió a concentrarse en sus pensamientos para narrar la embestida de la avalancha que arrancó de cuajo el hotel. “Era como un buldócer gigantesco que venía hacia nosotros. La pared que tenía al frente (gesticula con las manos como dibujándola en el aire) y de la que apenas percibía una sombra gris, estalla en mil pedazos y un torrente de pantano y piedras se lleva el piso en que estamos parados. Los muros se vienen unos contra otros y quedamos atrapados en medio de lozas de concreto y varillas de hierro. Ahí comenzamos a viajar a toda velocidad. Yo alcanzó a ver un tubo de agua reventado y me prendo de allí para sacar la cabeza y ver lo que estaba pasando. Me subí a esa especie de balsa que se formó de lo que era la terraza del hotel y comienzo a sentir copas de árboles, techos de casas y otras cosas que chocaban con nosotros”, precisa, gesticulando con sus brazos.
Rumbo a Morro Liso
Otra pausa… Hernán Darío Nova comenzó a avizorar la ruta que tomó la balsa de concreto con la ayuda de su Tablet donde hay un mapa de Armero con curvas de nivel. Señaló en la pantalla el sitio donde nos encontramos y también a dibujar en su mente los brazos de la avalancha. “El brazo que se llevó las Residencias la Popular vino de por allí”, dijo el artista, y señaló un punto indeterminado que coincide con lo que el mapa de la Tablet muestra.
Cruzamos nuevamente la carretera central y seguimos la línea imaginaria que nos iba señalando Nova, guiado por la Tablet. Bajamos por la que un día fue la calle 12 y fuimos cortando camino en dirección al cementerio. A medida que nos alejamos del centro reconocible de Armero, la vegetación se va cerrando y aparece la selva prehistórica que después de la avalancha reclamó sus dominios. Arboles gigantes y toda clase de plantas trepadoras se cruzan en el camino. Nuevamente hay que hacer uso del machete para abrir trocha.
El sol aprieta y Cubillos Quintero recorre mentalmente los espacios tratando de ubicar esa balsa de concreto sobre la que navegó el 13 de noviembre de 1985 en los escombros de Armero. Recuerda que en su recorrido observó varios incendios de vehículos y otro con las farolas encendidas que inexorablemente fue tragado por la ola de pantano. Cuando se dibujan los restos de algunas casas se detuvo. “Recuerdo que a estas casas no les pasó nada y si no estoy mal hacia ese lado -señala con su mano derecha- quedó una buseta de Rápido Tolima, en cuyo techo estaban nuestros compañeros Hugo Hernán González y Álvaro Cadena. Hasta ese momento ya éramos siete los sobrevivientes del grupo de Geología”, dijo.
Nova se adelantó y esperó al grupo al lado de un bloque de concreto enterrado en la selva, con algunas varillas asomadas. En silencio, Cubillos Quintero se arrodilló y palpó la superficie irregular del fragmento. Su mente viajó nuevamente al pasado. Se parecía al trozo de concreto del que se prendió la noche del 13 de noviembre de 1985. Nova insistió para que lo examinara cuidadosamente. “Como era un pedazo de la terraza, debería tener baldosas”, sentenció el geólogo. Después de examinar cuidadosamente, alguien le mostró una tableta de baldosa por debajo del fragmento. El sobreviviente revisó y palpó la tableta con sus dedos y apretó los labios “… Podría ser”, dijo mientras su mirada se perdía en la pared de rombos blancos que tenía al frente.
Excelente relato. Aporta datos diferentes a lo ya conocido. Acertado uso de los recursos de narración y descripción con fragmentos del pasado y presente, en palabras del autor y de los personajes.