¡Sácame de aquí!

Por: Valentina Botero P.

Son las 7:40 p.m. del 17 de febrero. El tráfico está imposible y voy retrasada a cumplir mi cita con Andrea, una estudiante de Administración de Empresas de octavo semestre de una prestigiosa universidad de Cali, a quien en cuestión de 20 horas la vida le dio un giro para siempre.

Al llegar a “Juan Valdez”, la veo sentada en una mesa con un café y un cigarrillo. Sus ojos están hinchados, su maquillaje corrido y su nariz enrojecida. Me senté en la mesa y tras un par de palabras, las lágrimas salieron. Andrea reniega sin parar. “…Todo fue muy rápido, todo fue muy rápido pero sé que fue lo mejor”, dijo entre lamentos.

Ayer, Andrea terminó sus clases a las 11:00 a.m. y decidió salir de dudas. Fue a un laboratorio clínico a realizarse una prueba de embarazo, “solo por si las moscas”. Era una casa típica de barrio. La encargada de hacer la prueba le pregunta todos sus datos, tiempo de retraso y si va a pagar $15.000 para que le entreguen los resultados ahí mismo o $10.000 para que sea mañana. Andrea da una dirección y teléfono equivocados. Entrega los $15.000 y responde: “…Mmmm creo que son 20 días”.

Andrea se calma un poco y prende otro cigarrillo. “Yo estaba muy tranquila, el cuento del retraso ya me había pasado antes. Pensé que solo era psicosis”. La doctora la hace pasar a un pequeño cuarto y le toma la muestra. “Espere en la sala que en 20 minutos se la entrego”. Mientras espera, Andrea lee una revista y planea en su mente el resto de día. Al poco tiempo le entregan el resultado. Ella lo dobla y se va.

Andrea mira hacia arriba y suspira. “Yo salí caminando a la calle sin ver el resultado. Luego de dos cuadras lo leí… Era POSITIVO; lo cerré inmediatamente y seguí caminando. Di dos pasos más y lo verifiqué… Era un POSITIVO, escrito con mayúsculas y todo. Me senté en un andén porque sentí que me desmayaba”.

Después de unos cuantos minutos, Andrea sale del shock en el que se encontraba. Tiembla sin parar, su cara está pálida y solo se coge la cabeza mientras la mueve de lado a lado diciendo no… No suelta la prueba y la sigue mirando como si así fuera posible cambiar el resultado.

Yo miro a Andrea y le pregunto por el papá del bebé que espera ¿Quién es? Ella sonríe mientras me responde: es Juan, mi ex novio de hace algunos años. No nos habíamos visto en meses hasta ese día y, pues, “un repaso al año, no hace daño”. Él estaba enterado de su retraso y le dijo “no sea boba, nosotros nos cuidamos muy bien como para que algo pase, deje la psicosis y pues si quiere salir de dudas me dice y vamos juntos y listo”.

Juan no sabía que Andrea se iba a practicar la prueba ese día. Él estaba en su trabajo como era la costumbre cuando recibió varias llamadas de Andrea y al ver que era tan insistente contestó. “Juan HP la cagamos”. El no entendía de qué le hablaba ella. En ese momento solo escuchaba gritos y un llanto desconsolado. “Andrea cálmate y explícame qué pasa que no entiendo nada”. En ese momento oyó lo que no pensaría que escucharía sino hasta dentro de muchos años. “Guevón estoy embarazada, la cagamos horrible”. Un silencio se apoderó de la llamada telefónica. Juan desconcertado pregunta: “¿Cómo? ¿Ya es seguro? ¿Pero qué paso?… No entiendo… Sabe qué, cálmese, no se vaya para su casa y más tarde la llamo”. Colgó sin escuchar lo que Andrea tenía para decirle.

Andrea hace un gesto de burla. “Ese man casi se muere. Se demoró media hora en procesarlo”. Al rato, y ya en un centro comercial, Andrea deambula con sus gafas oscuras y llorando sin parar. Juan, mientras tanto, está al otro lado de la ciudad almorzando con sus compañeros de oficina. Después de dos horas se encuentran. Deciden que lo mejor es no tenerlo. Buscan el consejo de amigos sobre dónde acudir.
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Al llegar a la clínica, Juan toma de la mando a Andrea y se anuncian en la recepción. Los estaban esperando. Cancelan los $30.000 que cuesta la consulta. Les entregan una ficha y los hacen pasar a una sala de espera en la que aguardan más parejas, en su mayoría todas con cara de angustia. A los cinco minutos, una doctora de nombre Carmen hace pasar a Andrea y a Juan al consultorio. Le preguntan toda la historia médica y la razón de su visita a la institución. Andrea responde mientras toma la pierna de Juan: “estoy en embarazo”. Inmediatamente se hace la pregunta de rigor “¿se estaban cuidando?” Juan responde: “sí claro, a Andrea le quitaron las pastas hace meses y pues usamos condón, nosotros lo usamos bien, desde el principio hasta el final y pues nunca nos pasó nada raro con eso, no entendemos que pasó”.

Carmen les dice: “muchachos el condón es muy seguro para la prevención de enfermedades pero para embarazo… Sólo sirve en un 50%… Y pues las pastas, de 100 mujeres que se las toman, 4 quedan en embarazo. Es por eso que siempre es bueno emplear dos métodos.”

La doctora sonríe y le dice a Andrea: «Por ahora quédate tranquila, pasa a al baño te quitas la ropa y te pones la bata que encontrarás allí colgada”. Andrea salió del baño apenada mientras intentaba darle sentido a la abertura de la bata. Tras un examen físico detallado, la doctora apaga las luces y enciende el ecógrafo. Juan se acerca muy interesado en la pantalla, y para sorpresa de todos no se logra ver nada.

La doctora, un poco confundida, pregunta: “¿cuándo te realizaste la prueba? ¿Ya sabes cuánto tienes?”. Juan responde: “se la hizo hoy, y solo dice positivo… La tengo en el carro ¿quiere que se la muestre?”. Carmen se ríe y les pide que esperen un poco. Los manda de vuelta a la sala de espera y le pide a Andrea que tome mucha agua para volverla a revisar en 10 minutos.

Juan espera a Andrea mientras se viste. La toma de la mano mientras caminan. “¿Será que todo es falsa alarma y la prueba salió mala?”, pregunta. Andrea un poco confundida pero alegre le dice “pues ojala. Igual esperemos a ver qué pasa”. Juan sirvió vasos de agua para él y para ella sin parar. Andrea se burla y le dice “¿tú para que tomas agua? ¿también te van a hacer la ecografía?”. Él sonríe… “Es de solidaridad”, dice.

En ese momento Andrea se recoge el pelo y cuenta que los dos se tranquilizaron mucho. «Hablamos de todo un poco y nos abrazábamos sin parar».

La doctora vuelve a llamarlos al consultorio. Andrea se baja un poco el jean y hacen de nuevo la ecografía. Inmediatamente se ve el embrión. Juan salta de la silla y se acerca a la pantalla mientras señala “¿Eso es doctora?”. Andrea se sienta en la camilla y se asoma a la pantalla. “Yo quiero ver”, dice. Todos sonríen porque la imagen desaparece. La doctora entre risas le pide que se corra hacia abajo mientras Juan la toma de la mano. La imagen vuelve y los dos se miran desconsolados. “Si es ése, por medidas tiene 6 semanas y 4 días, ¿Qué quieres a hacer?”, pregunta la doctora. “Carmen yo no lo puedo tenerlo”, responde Andrea. Juan da su aprobación con la cabeza.

Después de un silencio, Carmen habla. “El procedimiento les cuestas $600.000 mil pesos, yo recomiendo que se lo haga cuanto antes. Los voy a pasar con la psicóloga, ella se encargara de explicarles el resto”.

En ese momento Andrea tenía mucho miedo. Sabía que era algo que debía hacer, pero tenía dudas en cuanto al procedimiento. La psicóloga la llamó. Era una mujer que tenía mucho afán por atenderla. No dejó entrar a Juan y se la llevó a una habitación. Durante 60 minutos la mujer le habló sobre lo que se iba a realizar. Era una procedimiento ambulatorio, no legal, en el que se interrumpiría voluntariamente un embarazo de seis semanas y cuatro días. Se haría con anestesia local, tendría una duración de 15 minutos y la recuperación sería de 15 días.

Una vez explicó toda la parte médica, la psicóloga prosiguió con la parte legal. Le explicó Andrea que ese procedimiento es ilegal, tipificado y penalizado como homicidio premeditado. Le planteó la posibilidad de que durante el procedimiento la Fiscalía podría llegar a allanar la clínica. Si ese caso se presentaba, se debería decir que le estaban practicando un procedimiento de aborto incompleto en el que la paciente había tenido una gran hemorragia y la clínica estaba finalizando un proceso natural. La señora habló sin parar y al finalizar todo su discurso solo dijo: “Usted debe firmar un consentimiento con su pareja en el que están de acuerdo con que se realice el procedimiento. Es necesario que sepa que una vez usted se lo practique no hay marcha atrás, es por eso, Andrea, que necesito saber si usted está segura de su decisión y si su pareja la apoya. ¿Lo está?” Andrea contesto sin titubear “SI”.

Andrea enciende su quinto cigarrillo. Su mirada se ve plana como en una especie de shock tardío en el que se nota que no ha asimilado lo sucedido. Está afligida, me mira fijamente y hace un gesto como de nada que hacer. Sigue hablando sin parar, como si al hacerlo se pudiera desahogar.

Al terminar con la psicóloga, Andrea se volvió a encontrar con Juan en la recepción. Lo abrazó por unos segundos y los interrumpió una enfermera que traía una agenda en su mano. “¿Entonces le parece si se practica el procedimiento mañana a las 9:00 a.m.?” Juan respondió sin consultar. “Si claro”. La enfermera separa la cita y les dice: “Les recuerdo que mañana durante el procedimiento usted estará con una psicóloga que la acompañará. Su pareja la deberá esperar en la sala. El costo del procedimiento se debe cancelar al llegar a la clínica y podrá hacerlo en efectivo o con tarjeta Visa. Por favor venga en ayunas, con ropa cómoda, traiga un panty de repuesto y varias toallas higiénicas.” La enfermera termina de hacer las recomendaciones. Juan y Andrea, consternados, se van.

“Me acuerdo que apenas me monté al carro empecé a llorar como una loca, no me podía calmar, Juan solo me abrazaba y no era capaz de decirme nada. Yo lloraba sin consuelo”, recuerda.

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Andrea hace un paréntesis en su historia. Hace gestos y sonrisas como de incertidumbre. “Es la hora que no sé cómo putas quedé en embarazo, Juan y yo siempre nos cuidamos, y nos cuidamos bien, no entiendo”. Reniega como si estuviera peleando con alguien. Mira el reloj, marca las 8:30 p.m. Hace 12 horas, ella estaba en embarazo; ahora está sentada en un café, fumando y hablando sin parar.

Juan la recogió a las 8:00 a.m en la esquina de su casa. Ella salió para “clase” como si nada. Se despido de su familia y se montó en el carro. Él se notaba un poco más aterrado. La saludó de un beso y se dedicó a hablar por celular. Debía avisar que no iría a trabajar en toda la mañana. Coordinó sus tareas y dio instrucciones durante todo el camino.

Al llegar a la clínica, Juan mira fijamente a los ojos a Andrea. En sus ojos se veía la incertidumbre. Él la abraza y hace un gesto de aprobación. “Vamos ya, nos están esperando”. Andrea aterrada se baja del carro y antes de entrar se abalanza sobre Juan. “Por favor no me vas a dejar sola, tengo un susto ni el hijueputa”. Él se detiene nuevamente, le da un gran beso y le hace saber que él estará ahí.

Entran de la mano a la clínica. Firman y ponen la huella en el consentimiento que aclara que la clínica no tendrá repercusiones legales en caso de muerte o accidente durante el procedimiento. Esto pone más nerviosa a Andrea. Ella sólo se aferra a Juan y él no dice mayor cosa. La recepcionista llama a una enfermera mientras Juan cancela los $600.000 mil pesos en la caja.

Andrea mira todo a su alrededor y al poco tiempo llega una mujer. “Hola Andrea, por favor acompáñame. Tu pareja se puede quedar en cualquiera de las salas de espera. ¿Trajiste todo verdad?”. Andrea asiente con la cabeza y mira aterrada a Juan. Lo abraza fuerte con sus ojos encharcados y le da un beso de despedida. Juan pregunta “¿Más o menos cuento dura?”. La mujer responde “puede ser una hora o dos, todo depende de ella y su recuperación”. Juan se muestra fuerte y relajado. Le sonríe a Andrea mientas ella camina hacia una pequeña puerta de madera blanca.

Al entrar hay un olor a incienso, ruda y palo Santo. Se encuentra con una pequeña sala en la que hay vistieres y baños. Le dan indicaciones de quitarse toda la ropa y ponerse una bata. Le asignan un locker para guardar sus pertenencias. Andrea no habla, simplemente hace lo que le piden.

Una mujer va a buscarla. Se presenta como Natalia, la psicóloga que la acompañará durante todo procedimiento. Ella tiene una voz suave, cálida y pausada. Toma a Andrea de la mano y la lleva hasta el quirófano, un cuarto con temperatura helada que también huele a incienso. Tiene un mesón del lado izquierdo en el que se ven todos los instrumentos que se utilizarán durante el aborto. Hay música de relajación de fondo. Hay una camilla negra con estribos como de la segunda guerra mundial, una lámpara quirúrgica tamaño familiar, una cobija de lana a cuadros de color verde y azul y al lado, en el cuarto continuo, se puede ver la maquina aspiradora, una balanza y un microscopio.
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Natalia le indica a Andrea, paso por paso, lo que debe hacer. Le da instrucciones de acostarse en la camilla, poner sus pies en los estribos y relajarse, sobre todo relajarse. Una vez Andrea está acostada y cualquier cosa menos relajada, Natalia le sube bien la bata, ajusta la altura de la camilla y se sienta a su lado, le toma la mano y habla: “En este momento es necesario que empieces a respirar, de esto depende que te relajes y que todo te duela menos… Respira muy profundo y quédate tranquila que todo estará bien”.

En ese instante entra bruscamente por la puerta un hombre de dos metros de estatura y 95 kilos de peso. Esta vestido de azul turquí y tiene un delantal plástico amarillo, de los que usan los carniceros, acompañado de sus respectivas botas pantaneras. “Mi nombre es Elmer y soy el médico que realizará el procedimiento”. Andrea mira con miedo a Natalia. Ella le sujeta con más fuerza su mano…  “Tranquila… Respira”.

Andrea habla mirando un punto fijo en el horizonte. Se le salen unas cuantas lágrimas.

El médico se prepara y el procedimiento inicia. Primero la desinfectan y le introducen un espéculo que queda mal puesto generando dolor innecesario.  Andrea se queja y Natalia se lo hace saber al doctor, quien reacomoda el aparato y continua. Pone anestesia local. Andrea no siente mayor cosa. El médico se pone de pie y Natalia dice: “En este momento estamos esperando que la anestesia haga efecto. Respira y quédate muy tranquila”. El médico agarra unas cosas del mesón y se pone a trabajar. Toma el dilatador. Este le causa mucho dolor e incomodidad a Andrea. Natalia le habla y le dice que es necesario que no cierre los ojos. Le pide que la mire fijamente mientras le toman la presión arterial.

Después de unos segundos, el médico introduce la cánula de succión. Andrea siente que se va a desmayar. Siente un cólico intenso y un fuerte movimiento. Ella respira muy profundo. Sus ojos se cierran del dolor, suda frío y tiembla. Natalia le habla, la alienta y la sujeta fuertemente mientras el médico extrae el embrión de su cuerpo. Durante cinco minutos se hace el mismo procedimiento de succión. Después. Elmer se pone de pie y se dirige al cuarto contiguo.

Natalia habla con su voz suave: “Ya pasó lo peor. Ahora él va a revisar en el microscopio la muestra. La va a pesar para hacerse una idea de cuánto falta. Él va a volver y va realizar un poco más de succión pero esta vez será menos tiempo que la primera vez”.

El médico vuelve. Andrea está casi en shock. Repite el procedimiento pero esta vez duele mucho más y parece tardarse más. Andrea solo mira a Natalia sin hablar y se empieza a perder la conciencia poco a poco. Natalia se pone de pie y le toma la cara. “Por favor abre tus ojos, mírame ya estamos acabando, mírame y respira. Necesito que te quedes conmigo”. Andrea mueve la cabeza de un lado a otro como si le pesara, respira profundo y se escucha la voz victoriosa de Elmer: “Ya terminé”. Aplica un poco más de desinfectante, retira el especulo, se para de su silla y se va sin decir más.

Andrea sigue perdiendo la conciencia. Esta fría, pálida y sudorosa, el cólico no se va. Le toman de nuevo la presión. Está descendiendo un poco. Natalia se preocupa y aplica una sustancia de un olor muy fuerte en un algodón y se lo pasa rápidamente por la nariz. Andrea reacciona fuertemente, vuelve en sí.

Natalia se sienta a su lado y le toma la mano. “Ya pasó. Ya terminó todo. Ahora sigue la recuperación”. Le da instrucciones sobre cómo sentarse lentamente en la camilla para pasarla a otra sala pero nuevamente Andrea se desmaya. La deja descansar un poco más y la pasa en una silla de ruedas a un cuarto iluminado en la que suena de fondo la canción Imagine de Los Beatles.

Andrea está llorando. Pide agua. Se toca el vientre. En la sala hay aproximadamente 10 mujeres acostadas frente a frente y separadas por una pared de madera con acrílico. Le dan agua de panela con canela y le hacen tomar una pasta para el dolor. Ella solo llora y llora, no habla, el dolor es tan fuerte que no le dan ganas de nada. “En la sala de recuperación recuerdo escuchar a dos jóvenes hablar con la enfermera. Estaban muy frescas como si el estar ahí no implicara nada. Parecía una tertulia normal entre mujeres. Preguntaban sobre cuándo podrían retomar su vida sexual, sobre cuándo se les quitarían las nauseas, vómitos, desmayos, dolor en los senos. Se escuchaban tan frescas que me daba rabia. No entendía cómo era posible poder estar así después de haber abortado. En esa sala solo identifiqué a una como yo. Ella estaba justo al frente, era rubia. El dolor la tenía poseída, ella no lloraba, solo miraba a su alrededor y me miraba a mí. Yo seguía llorando”, recuerda.

Después de una hora, entró Carmen a la sala de recuperación. «Juan me envió a preguntar por ti. Está muy preocupado allá afuera. Me dicen que no se ha sentado en todo el rato. ¿Quieres que le diga algo”. Andrea volvió a llorar de nuevo y entre pucheros y lágrimas le dijo a la doctora: “dígale que un beso y que ya salgo para que nos vamos”.

Ligia, la enfermera, ayudó a vestir a Andrea. Le dio todas las instrucciones sobre los cuidados que debería tener. Le programó una cita de control, le entregó el medicamento y la despachó para su casa. Al salir entraban otras dos mujeres más, el ciclo continuaba. A lo lejos Juan la estaba esperando. Se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerza. Andrea llorando le dijo ¡SÁCAME DE AQUÍ!

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